El
Espíritu Santo ha hablado. Eligió a Francisco I, un hombre del tercer mundo, un
hombre “del fin del mundo”, de ese mundo olvidado y pobre que representa el 41%
de los católicos. Una elección revolucionaria: primer Papa latinoamericano. Un
hombre sencillo pero con una doctrina firme y clara. En sus primeras palabras
se vislumbra el deseo de una fuerte unión entre el pastor y su rebaño. Es el
advenimiento de una nueva era: una nueva evangelización. Pero esta vez, de
Sudamérica hacia el viejo mundo: “Y ahora comenzamos
este camino: Obispo y pueblo… Un camino de fraternidad, de amor, de confianza
entre nosotros.” En su primera homilía, muestra su firmeza, claridad y
exigencia. La Iglesia no admite aguas tibias: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no
funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del
Señor. Cuando no se camina, se está parado”. Podemos hacer dinero, crear
empresas, tener poder, bienes, una buena familia; pero si no damos testimonio
de Cristo en nuestra vida diaria -profesional y familiar- sin miedos, de nada
nos sirve lo edificado. Palabras duras: “Quien no reza al Señor, reza al diablo.
Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo…”.
Finalmente, nos invita a amar la cruz y ser coherentes: “Cuando caminamos sin
la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz,
no somos discípulos del Señor: somos mundanos…”. Esperemos que su mensaje sea
entendido por este mundo moderno: “Tengamos el valor… de caminar en presencia del
Señor, con la cruz del Señor… y de confesar la única gloria: Cristo
crucificado”. Una invitación a ser “signos de contradicción”, con una vida
cristiana coherente y valiente.
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