La muerte de Chávez nos
lleva a reflexionar lo que significó –y aún significa- su gobierno.
Curiosamente la historia de Chávez guarda cierta semejanza con la de Ollanta
Humala: ambos se levantaron en armas contra gobiernos constitucionales y ambos
fueron luego indultados. Sin embargo, el gobierno de Chávez fue lo que denomino
una “dictadura democrática”. “Democrática”, porque constituyen gobiernos democráticamente
elegidos; y “Dictadura”, pues asumido el cargo, se obvia el Estado de Derecho y
el respeto a los derechos humanos, convirtiéndose en una dictadura, y buscando
–bajo un manto de falsa democracia- perennizarse en el poder mediante
modificaciones constitucionales, reelecciones inmediatas, facultades
presidenciales especiales, etc. Estas formas de gobierno suelen transformarse
en tiranías. En una dictadura el poder se concentra en torno a un solo
individuo. Se caracteriza por una ausencia práctica de division de poderes;
propensión a ejercitar arbitrariamente el mando; y la imposibilidad que a
través de un procedimiento institucionalizado -o mediante el fraude
electoral- la oposición
llegue al poder. Generalmente las dictaduras, desde Roma, fueron sostenidas por
una cúpula militar. El gobierno de Chávez -cuyo modelo busca replicarse en
varios países latinoamericanos- cuadra como “dictadura democrática”. Muerto el
dictador, se busca la continuidad del modelo. En este caso, Maduro, irónicamente
violando la propia Constitución creada por Chávez, se autonombra “presidente
encargado” –en lugar de Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional- a fin de
convocar y “preparar” las próximas elecciones, en donde, obviamente, Maduro
será el candidato, no por mandato del pueblo, sino por deseo del difunto
dictador, hoy casi declarado dios y “ejemplo a seguir” (¿?). Ante esta
situación inconstitucional, ¿Qué sucederá? El tiempo dirá, pero esta dictadura
democrática, lamentablemente, no tiene visos de terminar.
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