Recuerdo cuando de pequeño mi
padre me llevaba a los mítines del partido aprista todos los 22 de febrero, en
la Av. Alfonso Ugarte, frente a la Casa del Pueblo. Obviamente me aburría
soberanamente, pues era un niño. Sin embargo, comencé a apreciar, sin saberlo,
la calidad de los políticos de aquellos años. Recuerdo los discursos de Valle
Riestra, Prialé, Melgar, Chirinos Soto y Sanchez, para terminar con el gran discurso
de Haya, pañuelo en blanco en mano e inclinado sobre la barandilla del estrado.
En aquellos años Alan García aún era un adolescente delgado y pelucón, de
largas patillas, que como todos, simplemente escuchaba y aprendía. Mi padre me
hablaba de la humildad de Haya; de cuando le robaron el triunfo en 1962, aceptándolo
socráticamente, calmaba a sus seguidores para que todo quedara allí, sin
laberintos; de las reuniones que hacía mi abuela en su casa en los años
treinta, en cuyas fotografías aparece mi padre sentado en las rodillas de Haya,
al lado de Seoane, Cox, Magda Portal y tantos políticos y pensadores brillantes
de la época, pues Haya era su padrino y mi padre su ahijado. También me hablaba
del famoso discurso de Haya en Oxford y de su amistad con Einstein, Sweig,
Rolland y tantos famosos. Un gran intelectual que no se adhirió a la doctrina
comunista ni a la capitalista, sino que con gran visión, crea una doctrina
propia para el Perú que ha visto cumplidos todos sus vaticinios hasta el día de
hoy. Y su gran humildad, alcanzando en vida un único cargo: Presidente de la Asamblea
Constituyente en 1978, para finalmente morir en la pobreza. Que los políticos
aprendan de la herencia de Haya: su trabajo intelectual, su gran visión y amor
por el Perú y, especialmente, su humildad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario