¿Quién no se cruza con
personas que caminan por las calles como autómatas, o en una reunión, concentradas
en sus blackberies, con audífonos clavados en los oídos escuchando música y
encerradas en “su mundo”, sin que les importe nada el exterior? Se mueven como
zombies, sin percatarse por donde van. No quieren saber, ni tener nada con las
personas que les rodean. “No me molesten, me encierro en mi mundo. El resto no
me interesa”. Esa es su filosofía. Comer, beber, dormir y sexo, esto es, pasarla
bien. Nada le interesa que no sea él mismo. Es la sociedad de la indiferencia,
automatizada, en donde la gente vive y se mueve como autómatas, imbuida en una
cultura del aburrimiento, consecuencia de un exceso de información –uso frívolo
de redes sociales- que al final distrae pero no le aporta nada especial al
hombre, encerrándose éste en un mundo de activismo y vida social vacío, que no
lo llena; una vida que no lo hace feliz porque no le da paz, porque pareciera
que no tiene alma, pues ha excluido a Dios de su vida. En su reciente mensaje
por navidad, Benedicto XVI ha denunciado que el hombre está tan lleno de sí
“que no le queda espacio para Dios y lo rechaza”. Efectivamente, Dios no tiene
cabida para estos autómatas. Es curioso que cuanto más eficaces son los
medios que permiten ahorrar tiempo, menos tiempo queda disponible. Paradójicamente,
mucho Facebook o twitter, pero nos comunicamos menos, hay soledad y vacío. “Nosotros
nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles. Estamos completamente llenos de
nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso,
tampoco queda espacio para los otros…” dice el Papa. En resumen: una sociedad
autómata, sin alma; una sociedad muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario