Cuando el actual presidente
anunciaba que su gobierno sería el de la “gran transformación”, presentó diversos
planes de gobierno y hojas de ruta para todos los gustos y colores. Pero, ¿en
qué consistiría una gran transformación? Cuando hablamos de transformación hablamos
de revolución. Revolución es el cambio
o transformación radical y profunda respecto al pasado inmediato, con la
participación de sectores amplios de la población. Una revolución puede ser de
naturaleza social, cultural, industrial, tecnológica, etc. Se pueden producir
cambios rápidos, radicales; o paulatinos y por etapas. Así mismo, un
revolucionario es aquél que propone o produce cambios profundos y, por lo
general, algunos creen que deberían ocurrir de manera violenta. Si analizamos
nuestra realidad nacional, la gran transformación no necesariamente debería
hacerse con normas (sobran leyes buenas) o en las instituciones, etc. sino en
el corazón del hombre, en lo profundo del ser humano, pues el mal que aqueja al
Perú es la corrupción, ergo, personas corruptas. Podemos llenarnos de
comisiones, jueces, leyes, planes anticorrupción –incluyendo un “zar anticorrupción”-
y no lograrse nada, ya que ante la corrupción actual, se requiere ser verdaderos
revolucionarios, inconformistas ante la ausencia de principios y valores, de un
sistema materialista, hedonista, relativista y violento, para constituirnos en verdaderos
revolucionarios promotores de valores y principios. Ello requiere lucha constante.
Un verdadero revolucionario no es el que asesina, elimina libertades y oprime
al prójimo. La gran trasformación comienza en el hombre mismo. Si no tienes
valores, principios, vida interior, etc. ¿Qué vas a transformar si no puedes ni
contigo mismo? De allí que es necesario ser verdaderos revolucionarios por la
paz, los valores y principios. No nos engañemos. La corrupción no terminará por
decreto. La gran transformación comenzará cuando cambie el hombre. Otra manera,
imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario