Siguiendo la Constitución, el Presidente de
la República dirige la política exterior del país y las relaciones
internacionales. Sin embargo, parece que no dirigiera ni lo uno ni lo otro. Es
más, se nombran embajadores sin criterio e incapacitados. Ya nada nos extraña.
¿Cómo es posible que Lynch reciba en enero, en nuestra embajada en Buenos Aires,
a dirigentes del Movadef, enterándose hoy nuestra Cancillería, aunque el
canciller Roncagliolo (¿También el presidente?) posiblemente ya lo sabía
(aunque Gana Perú lo niegue) y no dijo nada? Para colmo, se pide la renuncia al
señor Lynch –favor de amigos- cuando se le debió destituir sin tapujos. Peor
aún, éste renuncia y por resolución suprema –firmada por el presidente y el
canciller- se “acepta” su renuncia ¡Dándole las gracias por los servicios
prestados a la Nación! ¿Quién es el responsable de este escándalo? Nuestro
canciller para el cual este asunto constituye un “incidente menor” considerando
“correcto” el proceder de la Cancillería, mientras Lynch habla de “patraña” y
de “limpieza ideológica” de la “derecha bruta y achorada”. Luego de la pasada
“purga” de embajadores, se nombró una gama de embajadores “de confianza” como
Lynch, García Naranjo, Eguiguren, etc. los cuales están de más. Adicionalmente,
el expremier Lerner –que nombró canciller a Roncagliolo- propone darle una
“oportunidad” al Movadef, mientras que Jiménez señala que no tiene “nada que
criticarle” a Lerner. En resumen, nuestra política exterior está sin brújula. Movadef
actúa libremente en México, Chile y Argentina. El Presidente no habla, no opina,
y el canciller continúa metiendo la pata. ¿Qué hace la Cancillería ante estos
hechos? ¿Hay estrategias y política exterior para combatir esto? No. La inoperancia
e ineficiencia es la regla. Con estos embajadores incompetentes, un canciller incapacitado
para el cargo y un presidente que –para variar- no declara, estamos fritos.
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