“¿De
qué nos sirven los Congresos? ¿Por qué, en lugar de discutir la disminución o
el aumento de las dietas, no ponen en tela de juicio la necesidad y
conveniencia de suprimirse? ¡Qué han de hacerlo! Senadurías y diputaciones
dejan de ser cargos temporales y van concluyendo por constituir prendas
inamovibles, feudos hereditarios, bienes propios de ciertas familias, en determinadas
circunscripciones… Haciendo el sólo papel de amenes o turiferarios del
Gobierno, los honorables resultan carísimos, tanto por los emolumentos de ley y
las propinas externas, como por los favores y canonjías que merodean para sus
ahijados, sus electores y parientes. Comadrejas de bolsas insoldables, llevan
consigo a toda su larga parentela de hambrones y desarrapados. En cada miembro
del Poder Legislativo hay un enorme parásito con su innumerable colonia de
subparásitos, una especie de animal colectivo y omnívoro que succiona los jugos
vitales de la Nación”. ¿Les suenan actuales estas palabras? Cuando Don Manuel
González Prada las escribiera en 1906, nunca imaginó que cien años más tarde, serían
más actuales que nunca. Luego de lo sucedido el pasado miércoles, ha quedado
demostrado que el vínculo de representación del actual Congreso con el pueblo
que lo eligiera, ha desaparecido, dando paso al interés personal. El Congreso
ha perdido su esencia: la representatividad. Entonces sólo queda preguntarnos:
¿De qué nos sirven los Congresos? Respondemos con González Prada: “Sirven de
prueba irrefragable para manifestar la incurable tontería de la muchedumbre, al
dejarse dominar por una fracción de gentes maleables, a medio civilizar y hasta
analfabetas, sin la más leve inclinación a lo bello ni a lo justo, con el sólo
instinto de husmear por qué lado vienen los honores y el dinero, o hablando sin
mucha delicadeza, la ración de paja y grano”. Saque usted sus conclusiones.
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