La presidenta argentina Cristina Fernández, en un
arranque de “genialidad”, no se le ocurrió mejor cosa que expropiar el 51% de
la petrolera YPF bajo el control de la empresa española Repsol. Los argumentos
que sustentan esta “original” medida son los que siempre suelen esgrimir los
gobiernos socialistas: el “interés público”, la “utilidad pública”, etc.
aclarándose que: “No vamos a hacer una estatización. Vamos a hacer una
recuperación…” (¿?). Que alguien me explique esta argumentación pues ni
Cantinflas la entendería. Si esto no es una estatización, no sé qué es. En todo
caso se trata de una medida de museo, fiel a la escuela de Chávez, Castro,
Morales, etc. esto es, totalmente sin sentido, absurda y jalada de los pelos.
Si por “interés público” se refiere al bien común, esta señora ignorante y
limitada está confundiendo papas con mangos. Precisamente, es en vista al bien
común de la sociedad civil y en aplicación del principio de subsidiaridad, que
el Estado debe fomentar la inversión nacional y extranjera privada a fin de
generar trabajo y recursos (tributos) para que el Estado pueda cumplir sus
funciones de promotor del bien común. Lo que ha hecho la presidenta es
totalmente contradictorio y, dicho sea de paso, se trata de una medida que
siempre ha llevado a la ineficiencia y al fracaso. El Estado nunca es buen
empresario. Pruebas sobran por doquier. Los números y resultados de estas
medidas no engañan. ¿Qué “la empresa seguirá funcionando como una sociedad
anónima”? ¡Gran contradicción! De “anónima” no tendrá nada. De otro lado España
reacciona al mejor estilo neocolonial del siglo XIX, considerando esto como un
acto de hostilidad, amenazando con la aplicación de serias medidas. La verdad
que el papel de potencia neocolonial no le va. Ya veremos en qué acaba este
culebrón, pero que Argentina vuelve a la prehistoria, no cabe duda alguna. Como
diría el genial Pepe Biondi: ¡Patapúfete Argentina!
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